Borges formulaba los grandes temas de la Literatura como trasunto de las grandes verdades o inquietudes del hombre. Pero son los poemas Homéricos, Iliada y Odisea el origen de la metáfora universal del viaje y el regreso. Si desde una revisión personal de la metáfora del poema Homérico la Guerra pudiera ser el con-flicto interior que nos lleva a la ruptura con el tiempo, con el pasado, y como consecuencia a la búsqueda, la nostalgia, del griego "nostos", la inquietud y dolor por el regreso serían realmente lo que nos llevaría en definitiva al viaje y al retorno.
Odisea en este caso como metáfora asumida personalmente, como sinónimo de regreso personal, de la búsqueda de una identidad propia. Viaje y regreso plástico, porque cada imagen, cada "cuadro" es ensayo, tentativa, travesía inacabada, retorno al origen. Y puesto que viaje y regreso son siempre reverso o contrapartida de un combate, son siempre, introspectivos, porque el destino, la meta final de nuestro viaje, la patria Ítaca, está dentro de nosotros mismos.
Pero quizá la singladura, la travesía, concluya en naufragio y sin embargo naufragio no será fracaso sino a corto plazo. A plazo mas largo será memoria o quizá olvido. Nada importa. Naufragio porque todo destino es profundo. Y es reposo en el lugar donde espera sumergida la posibilidad de la utopía que somos nosotros mismos.
Individualmente, interiormente. O colectivamente como escribió Platón; aunque quizá su utopía, su Atlántida, haya desaparecido como una isla volcánica arrasada por los maremotos reaccionarios de la historia.
Naufragio porque al final el mar es siempre la metáfora. Quien no habrá naufragado ante la isla de Polifemo, de los Lestrigones, ante el amor de Calipso, ante la magia de Circe. O habrá tenido la tentación de probar el loto que produce el olvido y lo que existe verdaderamente existe sumergido, como la memoria; cierto que la tierra encierra lo que tarde o temprano volverá a la tierra. Pero el mar... lo que oculta el mar, lo saben quizá solamente las ánforas aunque incluso para ellas haya sido imposible contabilizar todo el oleaje. Y porque, como Thomas Stearns Elliot "No cesaremos de explorar, y el final de toda nuestra exploración será llegar a donde empezamos y conocer ese sitio por primera vez".
Después de unos años condicionado por la profesionalidad mínima necesaria exigida por una dedicación a la enseñanza de las técnicas gráficas, se da la oportunidad de este regreso a una plástica del original, de la mucho mayor amplitud de formato, de la recuperación de una necesidad expresiva quizá un tanto olvidada. Y también a la abstracción. En un intento para escapar de la tiranía fascinante de la máquina, de la belleza de su mecanismo que sin embargo impone una égida metálica y geométrica que aun resuena bajo estas estructuras de ahora y se resiste a abandonar el espacio bidimensional que fue suyo. Un cuadro nunca supondrá una meta ya alcanzada sino solamente una etapa del viaje y, quizá, una ruta pueda ser que errada que nos aleje del destino buscado a priori y, sin embargo, nos conduzca hasta playas desconocidas.
Y el collage, no como adición matérica, sino como vía eficaz para establecer campos de color definidos y esencialmente planos. El papel como materia sin que por ello se altere el carácter estrictamente bidimensional del cuadro.
Se pinta, se elabora, se construye un cuadro igual que se escoge una palabra, que se asocia un adjetivo, se enuncia un verbo, se encadena la sintaxis de una frase, igual que se escribe un poema. Por eso se titula un cuadro, por mucho que pueda ser no figurativo o no referencial, porque su cromatismo, su composición, su espacio, su sonido pero sobre todo su vivencia, su sentimiento son, con todo, evocado-res y sintomáticos desde la proyección o intencionalidad de su autor.
Por eso estos cuadros que no quieren ser sino breves asociaciones sintácticas y ojalá que, aún en pequeña medida, poéticas. Tentativa, nostalgia, viaje, regreso, naufragio, memoria.
Alfredo Piquer Garzón. Octubre 09
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